martes, 3 de enero de 2012

Mensaje de la Virgen Reina de la Paz .


El Reino es objeto de los ataques de los poderes del mal. La semilla del amor que la Virgen quiere poner en nosotros es constantemente sofocada para que no crezca y cizaña es arrojada por el Enemigo. La cizaña de lo que parece ser de Dios, que aparenta buena semilla, y en realidad es del Enemigo, la cizaña de la confusión, de la desviación y del error.
La Santísima Madre viene a combatir contra Satanás y los espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Viene para protegernos, para advertirnos de sus astucias, y enseñarnos que al Enemigo se lo vence con el amor mutuo, la oración y el ayuno del corazón. A recordarnos, en fin, que siendo el Enemigo todavía poderoso su Hijo, que es el Todopoderoso, ya lo venció y que por Él y en Él nos viene la victoria.
Cada mensaje de la Reina de la Paz es un llamado, una invitación a seguirla, en el abandono confiado a su guía, haciendo lo que nos pide hacer.
Ahora nos pide que supliquemos al Padre para que nos perdone las omisiones que hasta hoy hemos tenido. Omisiones que no deben entenderse tan sólo como pecados de omisión, sino más ampliamente como faltas al amor. Por cierto que muchísimas de esas faltas ni recordamos ni hemos sido en su momento plenamente conscientes de haberlas cometido.
Esas omisiones, como las llama nuestra Madre en este mensaje, significan alejamiento de Dios, enfriamiento del alma, endurecimiento del corazón. En el corazón endurecido no puede germinar la simiente de amor.

Una oración que, reconociendo la propia miseria, desde la humildad del corazón se eleve, diciendo:
“¡Señor, muéstrame en qué he pecado, en qué te he ofendido! ¡Espíritu Santo ilumina mi alma para que vea todas sus manchas!” “Perdona, Dios mío, todas las veces que te he ofendido”, seguramente ha de ser respondida. Ese corazón contrito buscará la reconciliación con Dios y su misericordia en el sacramento de la confesión.

Muchos dicen: “No sé qué confesar”. Otros: “No tengo nada grave que confesar. No he matado a nadie, no he robado”. Ciertamente, puede una persona no haber robado, manteniéndose siempre honesta en lo suyo y en lo de los demás. Por ejemplo, en el trabajo no quedándose con dinero ni hurtando tiempo para sí. Pero, debe preguntarse si siempre ha dado, dado de sí o de lo suyo. ¿O acaso más de una vez se acuarteló en su egoísmo y negó dar amor, consuelo, esperanza, gestos y palabras de amistad, dinero, abrigo, comida a alguien que lo necesitaba? Todos nosotros alguna vez hemos sido mezquinos e indiferentes, y sin siquiera habernos dado cuenta de serlo.
Tú no has matado a nadie, pero ¿has siempre perdonado? ¿A todos? ¿No habrá alguien a quien hayas sepultado, cancelado de tu vida sin nunca haberlo perdonado?
Sólo para dar otro ejemplo común: se cae en pecado por el simple hecho de estar frente a una pantalla, hasta digamos pasivamente, consintiendo ver imágenes o escuchar cosas que ofenden a Dios.
Muchas son las omisiones, las faltas al amor, los pecados que nos ocultamos a nosotros mismos y grande, inmensa, la necesidad de perdón de Dios y de su misericordia, que restituyen la gracia perdida y nos salva.
El amor misericordioso de Dios que nos perdona hace de nosotros deudores, que deben dar del amor recibido a otros necesitados, y deben ser partícipes de la obra de salvación de todos los que, por no conocer el amor de Dios, están alejados de Él.
El amor gratuito de Dios, el amor que viene a traernos la Reina de la Paz es el amor que gratuitamente daremos a los demás. Como la semilla crece y se vuelve árbol y ese árbol a su vez da nuevas semillas, así también el amor que crezca en nosotros, por su misma naturaleza, será dado a otros.
P. Justo Antonio Lofeudo 
 Mensaje de la Virgen REINA DE LA PAZ,  del 2 de diciembre 2011.